“En consecuencia, lo que buscamos demostrar es que la situación política en la que nos encontramos actualmente sólo puede ser definida dentro de un cambio de paradigma en relación con la tradición moderna”[1].
Podemos preguntarnos, entonces, cuáles son las claves de ese cambio de paradigma más allá de la habitual diferencia, examinada en nuestra última sesión de trabajo, entre trascendencia (y la concepción que incorpora del poder como una máquina soberana: “una interpretación unívoca del poder. El poder siempre es trascendente, el poder siempre es soberano”[2], sobre lo cual Sigmund Jähn nos ha dado ya "algunas notas") e inmanencia (a la que también María G. ha hecho recientemente ciertas "aproximaciones" insistiendo en su oposición a la idea de multitud). Se trata, según Negri, de una auténtica discontinuidad (“una discontinuidad que hay que tener en cuenta, y de la cual debemos partir”[3]), cuya revisión nos ha de permitir comprender mejor qué es eso de posmodernidad y las transformaciones que están en la base de lo que puede ser hoy una “nueva gramática de la política”.
Pues bien, según Negri, existen tres cuestiones fundamentales que articulan esta cesura entre modernidad y posmodernidad: la cuestión del poder, como se ha dicho antes, la cuestión del trabajo y, por último, la de la globalización. Evidentemente, son cuestiones que están entrelazadas y resulta difícil profundizar en ellas sin pasar de una a otra, pero vamos a intentar dar algunas notas -muy breves, casi de manera telegráfica- con el deseo de que entre todos podamos al final dibujar un buen mapa de los problemas a tener en cuenta, una referencia sólida que nos sea útil para futuras aportaciones más elaboradas.
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El poder.
Negri plantea aquí el problema de la redefinición de la noción de soberanía incluyendo como diferencial -el Post-scriptum sobre las sociedades del control (1990) de Deleuze presume de ser en este contexto la referencia obligada, junto al Foucault de Historia de la sexualidad- la ampliación del gobierno biopolítico a todo el ámbito de relaciones del cuerpo social:
“Los procesos de organización del trabajo social manejados por el Welfare State han investido a la sociedad por completo. La acción soberana se definió, progresivamente, bajo la forma de un biopoder cada vez más amplio, que se ha extendido a todo el campo social. Se pasó de la disciplina de la organización individual del trabajo al control de los pueblos”[4].
Tesis que está muy presente en Imperio, y bajo diferentes perfiles:
a) en comparación con la sociedad disciplinaria: “La sociedad de control, en cambio, debería entenderse como aquella sociedad (que se desarrolla en el borde último de la modernidad y se extiende a la era posmoderna) en la cual los mecanismos de dominio se vuelven aún más ‘democráticos’, aún más inmanentes al campo social, y se distribuyen completamente por los cerebros y los cuerpos de los ciudadanos, de modo tal que los sujetos mismos interiorizan cada vez más las conductas de integración y exclusión social adecuadas para este dominio”[5];
b) y poniendo de manifiesto su lógica “abierta, cualitativa y afectiva”, la cual puede ser analizada bien a través del que ellos mismos identifican como “triple imperativo del imperio”[6] (una advertencia para no tomar a la ligera su uso de los conceptos de multiplicidad y diferencia) y de los principios de la “administración imperial”[7], o bien a través -y este enfoque es decisivo- de una versión del capitalismo -el “capitalismo salido, más a lo bestia que nunca”, como decían algunos hace años- que, como hemos señalado antes, se confunde con e integra las relaciones inmanentes al campo social: “se hunde -escriben Hardt y Negri- en las profundidades de las conciencias y los cuerpos de la población y, al mismo tiempo, penetra en la totalidad de las relaciones sociales”[8], y exige, por tanto, sustituir la “subsunción formal” de Marx por lo que Negri llamaba ya en los años ochenta[9] la “subsunción real de la sociedad bajo el capital”: este proceso se expresa hoy “en todo su potencial”:
“En el estadio de la subsunción formal, el capital recogía bajo su comando diferentes formas de producción: producción artesanal, campesina, industrial, etc. El comando capitalista se presentaba entonces desde lo externo como la forma que unificaba todas sus diferencias. En la subsunción real, en cambio, todas las formas de producción están definidas desde el principio, entre ellas, como homogéneas con el fin de permitir la ganancia. El capital, en ese caso, se limita a captar y a acumular el trabajo social”[10];
y en Imperio:
“A través de la supeditación real, la integración del trabajo en el capital es más intensa que extensa y el capital modela aún más completamente los rasgos de la sociedad”[11].
Habría que ver con más detalle esta cuestión: con qué procesos efectúa sus alianzas, a cuáles captura, cómo es posible construir ahí relaciones asimétricas, antagonistas; pero la dejamos así, modo apunte, pues encuadra mejor en el segundo bloque de este seminario.
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El trabajo.
En un texto de 1996, “Marx y el trabajo: el camino de la disutopía”, dedicado a comentar unas páginas de los Grundisse, Negri acaba haciendo historia: “Finalmente, a partir de mediados de la década de 1980, el interés de la lectura se focaliza sobre la fenomenología-sociología del trabajo intelectural, es decir, de la nueva fuerza de trabajo inmaterial, que el desarrollo capitalista y la lucha de clases colocan en el centro del análisis. La nueva determinación del trabajo vivo se encuentra dada en la cuestión de la hegemonía política que remite al General Intellect. Para la inversión revolucionaria de su concepto”; y concluye: “El problema de la explotación (del trabajo inmaterial) se encuentra de nuevo en el corazón del análisis”[12].
Con esta cuestión tenemos una dificultad similar a la anterior, tal vez peor, puesto que efectivamente ninguno de los textos que hemos leído hasta ahora plantea el problema adecuadamente. Pero es necesario que hagamos una breve referencia si lo que queremos es poner las bases de otras aportaciones y como hemos dicho, comenzar un diálogo acerca de las cuestiones que articulan las categorías de imperio y posmodernidad, y no sólo para comprenderlas mejor, sino también para poder darle la vuelta, si así nos parece que debemos hacerlo.
Pues bien, en este paso de lo moderno a lo posmoderno dice Negri que formular la pregunta sobre lo que significa “trabajar” es algo crucial[13]. ¿Por qué? Porque “se ha vuelto imposible definir la actividad social y productiva en los términos de la tradición socialista moderna: hoy nos encontramos frente a una hegemonía tendencial del trabajo inmaterial (intelectual, científico, cognitivo, relacional, comunicativo, afectivo, etc.) que caracteriza cada vez más el modo de producción y los procesos de valorización”[14], modificando así, entre otras cosas, no sólo la ley clásica del valor-trabajo, sino también los parámetros de su medición: el trabajo cognitivo, observa Negri, “se caracteriza por su desmesura, por su excedencia”[15]. Es aquí donde se juega verdaderamente uno de los tres elementos “de cesura entre lo moderno y lo posmoderno”.
No vamos a entrar ahora a discutir las causas, momentos o sujetos de este cambio en la calidad y la naturaleza del trabajo, ni siquiera las perspectivas que debemos adoptar para su examen[16]; bastará, por ahora, con subrayar que este proceso de posmodernización de la economía y las condiciones laborales “se manifiesta a través de la migración de la industria al sector de los servicios (el terciario)”, un desplazamiento que se da básicamente desde comienzos de la década de 1970 en los “países capitalistas dominantes”: “El nuevo imperativo general que se impone –leemos en Imperio– es ‘Tratar la fabricación como si fuera un servicio’. En efecto, a medida que las industrias se transforman, la división entre fabricación y servicios se desdibuja. Del mismo modo que el proceso de modernización tendió a industrializar toda producción, el proceso de posmodernización hace que toda producción se oriente hacia la producción de servicios, hacia la informatización”[17] (conviene recordar que el libro se terminó de escribir entre 1997 y 1998). En el capítulo sobre “sociología del trabajo inmaterial”[18] observamos un intento de ordenar las cosas, pero por nuestra parte lo dejamos aquí.
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La globalización.
“La tercera serie de fenómenos se refiere a la globalización de los procesos económicos y a la crisis de los conceptos de Estado-nación, de pueblo, de soberanía, etc., que de ellos se derivan. El desarrollo capitalista había encontrado en el Estado-nación la estructura fundamental que le correspondía: actualmente, en la crisis del Estado-nación inducida por la mundialización, la crisis general de las categorías políticas de la modernidad se manifiesta, en cambio, abriendo la reflexión sobre la relación entre Imperio y las multitudes”[19].
Sin duda, ésta es la parte que mejor enlaza con los problemas que están en el horizonte de este primer bloque de lecturas y debates que estamos realizando. Las preguntas han sido formuladas: ¿qué argumentos tenemos a favor de la idea de imperio –y qué argumentos en contra?; ¿es cierto que el Estado-nación no confirma a día de hoy más que su impotencia política ante el mercado mundial, dejando de ser por tanto, ella y toda la red de conceptos que coordina, una herramienta operativa?; ¿o más bien tendría razón Atilio Borón cuando dice en Imperio & Imperialismo (2002) que Hardt y Negri se equivocan absolutamente (la crítica que les hace es radical; merece la pena leerla) y, por ejemplo, que los estados-nación siguen actuando de forma decisiva en la economía mundial, que las economías nacionales no han desaparecido ni hay forma de justificar lo contrario, o que el imperio sin imperialismo ni existe ni explica nada?
Curiosa esta lectura de Borón, más aún si tenemos en cuenta que en los textos de Negri y Hardt esta crisis del Estado-nación, y por tanto del concepto de soberanía construido para su justificación, posee un carácter irreversible:
“creemos que es un grave error abrigar cualquier sentimiento de nostalgia por los poderes del Estado-nación o resucitar cualquier política que ensalce la nación. Ante todo, estos esfuerzos son vanos porque la decadencia del Estado-nación no es meramente el resultado de una posición ideológica que podría revertirse mediante un acto de voluntad política: es un proceso estructural e irreversible. La nación no era sólo una formulación cultural, un sentimiento de pertenencia y una herencia compartida, sino que era además y tal vez principalmente una estructura jurídico-económica”[20];
y a continuación un par de argumentos, con apuesta estratégica incluida:
“Puede advertirse claramente la menguante efectividad de esta estructura a través de la evolución de toda una serie de cuerpos jurídico-económicos, tales como el GATT, la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el FMI. La globalización de la producción y la circulación, sostenida por este andamiaje jurídico supranacional, sustituye la efectividad de las estructuras jurídicas nacionales. En segundo lugar y lo que es más importante, aun cuando la nación fuera todavía un arma efectiva, conlleva una serie de estructuras e ideologías represoras y cualquier estrategias que se sustente en ella debería rechazarse por esa misma razón”[21].
En Modelos de democracia (1987) -hace ya mucho tiempo, dirán algunos- David Held observaba que las transformaciones que se estaban dando a nivel global implicaban una modificación clarísima de la posición de los estados-nación en el mundo: existen ciertas “disyuntivas”, dice, que “revelan un conjunto de fuerzas que se combinan para restringir la libertad de acción de los gobiernos y estados, desdibujando las fronteras de la política nacional; transformando las condiciones en las que se adoptan las decisiones políticas; cambiando el contexto institucional y organizativo de las políticas nacionales; alterando el marco legal y las prácticas administrativas de los gobiernos; y confundiendo las líneas de responsabilidad de los mismos estados nacionales. Teniendo únicamente en cuenta estos procesos podría decirse que el funcionamiento de los estados en un sistema internacional cada vez más complejo limita su autonomía y viola cada vez más su soberanía. Se mina cualquier concepción de la soberanía como forma ilimitable e indivisible de poder público. La soberanía misma tiene que ser concebida hoy en día como dividida entre un número de organismos nacionales, regionales e internacionales, y limitada por la propia naturaleza de su pluralidad”[22]. Es la tesis con la que Hardt y Negri comienzan el “Prefacio” de Imperio -si bien las lecturas de unos y de otro no son homologables en absoluto:
“El imperio se está materializando ante nuestros propios ojos. Durante las últimas décadas, a medida que se derrumbaban los regímenes coloniales, y luego, precipitadamente, a partir de la caída de las barreras interpuestas por los soviéticos al mercado capitalista mundial, hemos asistido a una globalización irreversible e implacable de los intercambios económicos y culturales. Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción surgieron un nuevo orden global, una lógica y una estructura de dominio nuevas: en suma, una nueva forma de soberanía. El imperio es el sujeto político que efectivamente regula estos intercambios globales, el poder soberano que gobierna el mundo.
[…]
Los factores primarios de producción e intercambio -el dinero, la tecnología, las personas y los bienes- cruzan cada vez con mayor facilidad las fronteras nacionales, con lo cual el Estado-nación tiene cada vez menos poder para regular esos flujos y para imponer su autoridad en la economía. Ya ni siquiera deberíamos concebir a los Estados-nación más dominantes como autoridades supremas y soberanas, ni fuera de sus fronteras ni tampoco dentro de ellas. La decadencia de la soberanía de los Estados-nación no implica, sin embargo, que la soberanía como tal haya perdido fuerza”
[…]
“Nuestra hipótesis básica consiste en que la soberanía ha adquirido una forma nueva, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos por una única lógica de dominio. Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos ‘imperio’. La declinante soberanía de los Estados–nación y su creciente incapacidad para regular los intercambios económicos y culturales es en realidad uno de los síntomas primarios de este imperio que comienza a emerger”[23].
En Guías. Cinco lecciones en torno a Imperio (2004), Negri repite la misma tesis:
“En conclusión, la crisis del Estado–nación está en curso. Y aunque no se quiera hablar de su fin, se tendrá que decir que el Estado–nación ha perdido alguna de sus prerrogativas esenciales. En el pasado, para definir la soberanía nacional se afirmaba que ésta estaba constituida por un monopolio en el ejercicio del poder que se ejercía sobre un territorio unido por una cultura única. Hoy, ya no puede hablarse en estos términos porque los elementos primordiales de la soberanía (ejercicio del poder militar, acuñación de la moneda, exclusividad cultural) han ido disminuyendo en el territorio nacional. Esta pérdida tiene una genealogía específica, revelada por la incapacidad del Estado–nación para mantener el control sobre la totalidad territorial y sobre las fuerzas antagonistas que actúan dentro del mismo. Es entonces, frente a tales fuerzas, cuando el Estado–nación se ve obligado a recurrir a otras fuentes de soberanía. No se trata de afirmar que el Estado–nación se ha terminado, sino de subrayar de qué modo se transforma cuando transfiere algunos de sus poderes fundamentales (como el de declarar la guerra o el de acuñar la moneda)”[24].
Ahora bien, haríamos mal si dejamos pasar por alto la tercera tesis (la primera es que “no existe globalización sin regulación. No existe un orden económico, un orden de intercambios que no exija algún tipo de regulación”, o si se prefiere así: “siempre manos, manos activas, reglas más o menos visibles, eficaces y siempre manipuladoras, que circulan en el mercado y en cualquier parte de la sociedad. No se puede desvincular la escena del mercado y mucho menos la de la globalización”[25]) que, según él, articula la obra escrita en colaboración con Hardt; esto es: que las dinámicas por las cuales se constituye el imperio están “determinadas por los conflictos que se originan dentro del desarrollo capitalista”, de modo que cada uno de los fenómenos comentados deben inscribirse “dentro de la relación de capital: ésta es la pretensión científica fundamental de Imperio; y es evidente que aquí seguimos la estela de la enseñanza marxiana”[26]. No se puede pensar por separado el escenario global de las nuevas relaciones de poder y la forma que ha adquirido el capitalismo en las últimas décadas: “Creemos que esta transformación hace hoy evidente y posible el proyecto capitalista de reunir el poder económico y el poder político, en otras palabras, de hacer realidad un orden estrictamente capitalista”[27].
Esto quiere decir también que la “crisis del Estado-nación” no se explica solamente por su debilidad para hacer frente a los efectos del capitalismo, como se pondría de manifiesto a principios de la década de 1990: “La historia de los veinte años que siguieron a 1973 -escribía Eric Hobsbawm en Historia del siglo XX (1995) es la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis. Sin embargo, hasta la década de los ochenta no se vio con claridad hasta qué punto estaban minados los cimientos de la edad de oro. Hasta que una parte del mundo -la Unión Soviética y la Europa oriental del ‘socialismo real’- se colapsó por completo, no se percibió la naturaleza mundial de la crisis, ni se admitió su existencia en las regiones desarrolladas no comunistas”[28]. ¿Y cómo se expresó esa crisis? Pues mediante una exhibición espectacular por parte del mercado mundial de la ingobernabilidad que a partir de entonces iba a distinguir el campo de acción de los Estados nacionales: “el hecho central de las décadas de crisis no es que el capitalismo funcionase peor que en la edad de oro, sino que sus operaciones estaban fuera de control. Nadie sabía cómo enfrentarse a las fluctuaciones caprichosas de la economía mundial, ni tenía instrumentos para actuar sobre ellas. La herramienta principal que se había empleado para hacer esa función en la edad de oro, la acción política coordinada nacional o internacionalmente, ya no funcionaba. Las décadas de crisis fueron la época en la que el estado nacional perdió sus poderes económicos”[29]. La crisis actual no hace más que confirmar esta situación. Pero lo que hay que dejar claro es que, como decía Negri, esta impotencia posee una genealogía: no hay nada de espontáneo aquí, sino decisiones políticas que respaldan un determinado sistema económico: el libre mercado (no es una casualidad que el Premio Nobel de Economía, creado en 1969, se le concediera a Hayek en 1974 y, dos años después, al célebre Milton Friedman); y una forma muy concreta de concebir lo social: básicamente desde el presupuesto de su invisibilidad -de ahí que las políticas neoliberales estén perfectamente de acuerdo con una definición estrictamente formal de la democracia, puedan instalarse a la perfección en regímenes dictatoriales (Friedman en el Chile de Pinochet es un caso ejemplar), o sencillamente eliminar de sus fines el ofrecer soluciones globales a la precariedad, la explotación y la indefensión que definen el régimen de vida de millones de personas.
Por supuesto, examinar de qué modo se modifican la autonomía y la soberanía de los Estados-nación en el escenario global requiere más que un análisis de la “economía mundial”. Antes recordábamos las “disyuntivas” que Held propone para el caso; ésta, la de la economía mundial, es la primera; habría entonces que sumar, desde su punto de vista, las “organizaciones internacionales” (disyuntiva número dos), el “derecho internacional” (disyuntiva número tres), y una última en la que entrarían “poderes hegemónicos y bloques de poder”[30].
Hardt y Negri se refieren también a estos “procesos constitucionales” que están en la base de la formación del “derecho imperial”, por ejemplo en sus observaciones sobre las Naciones Unidas (nos interesan, dicen, “por la función real de palanca histórica que cumplieron a impulsar la transición hacia un sistema estrictamente global”[31]) y la crítica que realizan de Kelsen. El paisaje general lo encontramos en “la pirámide de la constitución global”, donde se precisa la distribución del “amplio espectro de cuerpos”, su división “por función y por contenido”, la “variedad de actividades productivas” que los atraviesan, y ciertas “matrices que delimitan horizontes relativamente coherentes dentro del desorden de la vida jurídica y la política global”[32].
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En fin, si estas ideas tienen algún valor estratégico para pensar el presente o si son producto de un delirio a dúo, habrá que verlo. Opiniones hay para todos los gustos. Seguramente no sean perfectas, pero depende de nosotros empuñarlas bien (“Toda herramienta es un arma, si se la empuña adecuadamente”, es la primera cita que introduce Imperio), lo cual significa ver si nos convienen y cómo deben transformarse para hacerlas realmente efectivas. En cuanto a la idea de “imperio”, después de más de una década, sus inventores siguen creyendo que es operativa; baste, como ejemplo, esta observación que encontramos en su último libro:
“La crisis financiera y económica de principios del siglo XXI asestó el último golpe a la gloria imperialista estadounidense. Hacia finales de la década hubo un reconocimiento generalizado de los fracasos militares, políticos y económicos del unilateralismo. Ahora no queda otra opción que arrostrar la formación del Imperio”; y unas líneas después, en la misma onda: “está convirtiéndose rápidamente en una cuestión de sentido común que el problema del siglo XXI esa el problema del Imperio”[33].
¿Siguen equivocados?
[1] NEGRI, A., La fábrica de porcelana, Paidós, Barcelona, 2008, p. 24.
[2] Id., 17.
[3] Id., p. 25.
[4] Id., pp. 26–27.
[5] HARDT, M., NEGRI, A., Imperio, Paidós, Barcelona, 2005, p. 44
[9] NEGRI, A., “General Intellect, poder constituyente, comunismo”, en GUATTARI, F., NEGRI, A., Las verdades nómadas & General Intellect, poder constituyente, comunismo, Madrid, Akal, 1999, pp. 81-205, particularmente I, II, III, IV.
[10] NEGRI, A., La fábrica de porcelana, ed. cit., p. 27.
[11] HARDT, M., NEGRI, A., Imperio, ed. cit., p. 278.
[12] NEGRI, A., “Marx y el trabajo: el camino de la disutopía”, en GUATTARI, F., NEGRI, A., op. cit., III, p. 139.
[13] NEGRI, A., La fábrica de porcelana, ed. cit., p. 25.
[16] HARDT, M., NEGRI, A., Imperio, ed. cit., pp. 304-305.
[18] Id., pp. 312-317.
[19] NEGRI, A., La fábrica de porcelana, ed. cit., p. 28.
[20] HARDT, M., NEGRI, A., Imperio, ed. cit., pp. 357-358.
[21] Id., p. 358.
[22] HELD, D., Modelos de democracia, Madrid, Alianza, 1993, p. 391.
[23] HARDT, M., NEGRI, A., Imperio, ed. cit., p. 14.
[24] NEGRI, A., Guías. Cinco lecciones en torno a Imperio, Barcelona, Paidós, 2004, p. 14.
[25] Id., pp. 12-13.
[26] Id., p.19.
[27] HARDT, M., NEGRI, A., Imperio, ed. cit., p. 28.
[28] HOBSBAWM, E., Historia del siglo XX. 1914-1991, Barcelona, Crítica, 2002, pp. 403-404.
[29] Id., p. 408.
[30] Aún aparece en esta “cuarta disyuntiva” la Unión Soviética como “potencia mundial”; se entiende que estos detalles son inevitables para una persona que escribía en 1987. Para ver con más tranquilidad cómo desarrolla Held cada una de estas “disyuntivas”, véase HELD, D., op. cit, pp. 378-391.
[31] HARDT, M., NEGRI, A., Imperio, ed. cit., p. 25)
[32] Id., pp. 332-337.
[33] HARDT, M., NEGRI, A., Commonwealth. El proyecto de una revolución del común, Madrid, Akal, 2011, p. 212, p. 213.
1 comentario:
Hola.
Tenéis que revisar las notas a pie de página pues no funcionan.
Por lo demás, los acontecimientos, creo que dan la razón completamente a Hardt y Negri frente a Borón que es presa -supongo- de su propio "etnocentrismo" latinoamericano -aunque reconozco que con la primera reseña que hizo del libro de Negri y Hardt en Rebelión, me abstuve de leer el suyo, pues en aquel momento, Imperio supuso un enorme soplo de aire fresco en el discurso de izquierdas imperante. El mismo rechazo que he visto en las facciones trotskistas respecto a la obra de Negri.Los mismos que ahora no tienen ningún reparo en usar Facebook o Twitter, cuando hace cuatro días, Internet era capitalismo y sólo capitalismo.
Es digno de análisis psiquiátrico esta neurosis izquierdofágica tan habitual: en vez de tolerancia, prudencia, asunción de finitud, asunción de pertenencia, de contingencia, cooperación y sinergización de los intentos teóricos, se pontifica, y si se puede, se destroza al adversario y se habla del libro de cada uno.
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