domingo, 27 de noviembre de 2011

Multitud vs soberanía moderna. Aproximaciones

Nota preliminar: Ya en Imperio Hardt y Negri atribuyen a la posmodernidad como rasgo fundamental la crítica al dualismo moderno que trabaja con oposiciones insalvables articuladas jerárquicamente. Desde su perspectiva la filosofía posmoderna constituye la defensa de la diferencia, de lo Múltiple frente a lo Uno, en el plano metafísico. En su dimensión práctica ésto se traduce en la defensa, a su vez, de las diferencias culturales, raciales, sexuales, etc. Lo que sigue, aunque trata de recoger todos aquellos fragmentos de Imperio que dentro de nuestro primer bloque del seminario esbocen la tematización del concepto de multitud enfrentado al de soberanía en la modernidad, escoge un lenguaje en ocasiones quizá posmoderno. En el aire queda si ésta es “síntoma de una ruptura dentro de la tradición de la soberanía moderna” (p.140) y reflejo pues de la preponderancia posmoderna de la soberanía en red del imperio... Son cuestiones que tal vez puedan analizarse en siguientes sesiones.

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La soberanía moderna se construye en orden a domeñar los poderes inmanentes de la multitud surgidos desde el Renacimiento.

La singularidad afirmada en el plano ontológico con Duns Escoto hasta Bovillus, pasando por Nicolás de Cusa o Pico della Mirandolla, “porque no puede haber mediación externa, (…) se presenta como multitud” (p.81). Spinoza es, en este sentido, el teórico capaz de dar asiento filosófico acabado a la tríada inmanencia, multitud y democracia: “al poner a la humanidad y a la naturaleza en la posición de Dios, al transformar el mundo en un territorio de práctica y al afirmar la democracia de la multitud como la forma absoluta de la política (…) Spinoza atestiguaba la continuidad ininterrumpida del programa revolucionario del humanismo que atravesó todo el siglo XVII” (p. 84).

Situado en el otro extremo del conflicto encontramos, en Hobbes, el concepto de pueblo: “que tiende a la identidad y la homogeneidad interna, al tiempo que manifiesta su diferencia respecto de todo aquello que queda fuera de él y lo excluye. Mientras que la multitud es una confusa relación constitutiva, el pueblo es una síntesis constituida que está preparada para la soberanía. El pueblo presenta una única voluntad y una sola acción independientes de las diversas voluntades y acciones de la multitud y con frecuencia en conflicto con ellas” (p. 105). Por tanto, el ejercicio de la soberanía queda reservado al pueblo, al Uno, mientras que la multitud no es otra cosa que ese foco de enfrentamientos a conjurar, la guerra civil contra la que escribía Hobbes, el estado de guerra de todos contra todos: homo homini lupus. Los deseos de la pluralidad no pueden más que ser desactivados y reorientados mediante el contrato social hacia el mando implacable del Leviatán. Rousseau que quiso entrar en discusión con Hobbes supuso la otra cara de la misma moneda: dada la imposible vuelta al estado de naturaleza perdido por los males de la irrupción de la sociedad siempre decadente, la voluntad general como enajenación de las voluntades particulares era el único camino que podía entrever el ginebrino para la democracia.

Así, en el límite entre la Edad Media y el nuevo mundo renacentista se gesta una revolución humanista que hace retornar al ser humano las potencias secuestradas por el esquema de la trascendencia medieval expresada en el Uno creador: Dios. La diferencia estalla en una multitud que, no obstante, será reducida a través de una segunda fuerza en oposición: las construcciones de mediación modernas filosóficas, políticas y científicas que atraviesan la Ilustración y llegan hasta Hegel. De lo que se trataba era de asegurar el orden hacia el interior (la paz y la homogeneidad) y de llevar la “civilización” al exterior (imperialismo y colonización). Aquí se juega la modernidad entendida como crisis: “conflicto ininterrumpido entre las fuerzas inmanentes, constructivas, creativas y el poder trascendente que apuntaba a restaurar el orden (…) Cada vez que se les cerraba un espacio, los movimientos retornaban al nomadismo y al éxodo, llevando consigo el deseo y la esperanza de una experiencia incontrolable” (pps. 82 y 83). En el texto, pues, soberanía y trascendencia modernas se enfrentan de continuo a multitud e inmanencia revolucionarias y parece que no es posible entender el desarrollo histórico de estos siglos sin atender a esta pugna.

Ahora bien, el conflicto, llegará a ser en parte neutralizado con “la síntesis de soberanía y capital” (p. 92). Dan aquí la clave del análisis Weber y el tipo ideal puro de legitimación burocrática del poder en que se inscribe la era del capitalismo y el tipo de racionalidad instrumental; y los escritos de Foucault acerca de la sociedad disciplinaria y la inclusión del concepto de biopolítica. “La multitud se convierte permanentemente en una totalidad ordenada” (Ibidem): es el tránsito del antiguo poder de las monarquías absolutas de naturaleza trascendente que se legitimaba a través de la divinidad, al moderno Estado-nación en que la soberanía pasa a ser administrada y naturalizada.

En este punto la noción de soberanía se vehicula con la de nación. Estamos ante otra forma de homogeneización, de rescate de lo Uno opuesto a lo Múltiple, a la multitud, a la pluralidad de afectos en acción, que ve no obstante sólo aplazada su búsqueda de nuevos espacios de resistencia: “la crisis de la modernidad, que es la contradictoria copresencia de la multitud y de un poder que quiere reducirla al dominio de uno (…) en última instancia no se resuelve ni se pacifica en virtud del concepto de nación. La nación sólo puede enmascarar la crisis ideológicamente, desplazarla, diferir su poder” (p.100).

La emergencia de la nación constituye, por lo demás, el lazo que une la moderna idea de pueblo (Hobbes), los conflictos de alteridad racial surgidos a partir del colonialismo (hacia el exterior) y la preponderancia de una clase victoriosa durante las revoluciones francesa e inglesa, la burguesía (hacia el interior), que trataba de pacificar todo atisbo de conflicto en pro de los intereses del capital y en nombre del progreso. En este tercer aspecto se hace fundamental la teoría económica del liberalismo smithiano que procura para el Estado el papel de salvaguarda de la libertad de mercado.

Pero la multitud volverá a encontrar nuevos modos de aparición y resistencia andando el tiempo: “la lucha de clases reabrió la confusa síntesis de la modernidad en las primeras décadas del siglo XX y demostró nuevamente la poderosa antítesis que había entre el Estado y la multitud” (p.110). Y este nuevo modo de apertura de la crisis se saldará con las dos guerras mundiales y los totalitarismos nazi y soviético. Por un lado, la Alemania nacionalsocialista de Hitler cristalizó en una experiencia terrible que llevó hasta sus últimas consecuencias la soberanía nacional moderna posicionándose, por su parte, como enemiga de la revolución comunista de 1917 y la URSS. Por otro, la Rusia de Stalin supo erradicar los poderes de la multitud en un aparato estatal y nacional burocratizado: “Es una trágica ironía que el socialismo nacionalista de Europa llegara a parecerse al nacionalsocialismo (…) la maquinaria abstracta de la soberanía nacional está en el corazón de ambos” (p.112).

Hasta aquí cabe tal vez una pregunta general: si la modernidad no se entiende como el acabamiento de los poderes trascendentes de la Edad Media ¿cuál es la operación que en su seno procura liquidar el plano de inmanencia descubierto en el origen de este transcurrir histórico y que albergaba el espacio ontológico de la multitud? La respuesta: “lo que se hace simplemente es transferir la trascendencia de Dios al Hombre. Como Dios, también esta figura trascendente del hombre conduce pronto a la imposición de la jerarquía y la dominación sociales” (p.95). Las figuras de este desplazamiento de la trascendencia son recogidas de forma casi sumaria en Imperio y van desde la res cogitans cartesiana y el Yo trascendental kantiano con sus categorías a priori hasta el Espíritu hegeliano desplegándose en la historia y que se expresa en la forma Estado pasando por la ya mencionada teoría contractual de Hobbes o Rousseau.

El camino que se plantea más allá de este Hombre es el camino de la posmodernidad que encuentra su raíz en Nietzsche y llega hasta Foucault, un camino antihumanista pero doblemente humano, "una base anárquica de la filosofía: 'ni Dios, ni amo, ni el hombre'" (Ibidem)... pero esto ya es otra historia...


HARDT, M., NEGRI, A., Imperio, Barcelona, Paidós, 2002.

3 comentarios:

José Luis dijo...

El final de esta entrada quizá se pudiera rematar con la propuesta de lectura del Nietzsche "ilustrado" y emancipador que interpreta Vattimo. En esta línea, por ejemplo, se podría leer "Nihilismo y emancipación" de Vattimo, en especial la "Introducción" de este libro. En concreto, no me parece justa la lectura de Hardt y Negri en Commonwealth del pensamiento débil como mera teología ("...pero sólo pueden ofrecer pensamiento débil y esteticismo mientras presiden la tumba de la crítica ilustrada -y, naturalmente, en torno a la tumba se empieza a hablar de teología" (op. cti. pp. 127-128)

seminario#hardtynegri dijo...

Gracias José Luis, eres nuestro lector más activo con diferencia. Vamos a pasar esa sugerencia a la autora de la entrada. Un saludo.

María G. dijo...

Hola José Luis, gracias por la recomendación de lectura sobre Vattimo, es un autor al que me he acercado alguna vez pero en el que he profundizado poco. Sobre la crítica de Hardt y Negri en Commonwealth a este autor (junto con Lyotard, Rorty y Baudrillard) no la he entendido igual que tú, esto es, no me parece que los reduzca a mera teología. Lo que yo he entendido en este párrafo en que sitúa a estos autores dentro de la posmodernidad (diferente de la altermodernidad y de la hipermodernidad) es que si bien en su aspecto negativo aciertan, esto es, en su tarea filosófica de desfundamentación de la modernidad, por otro lado adolecen de un aspecto positivo fuerte que construya espacios de resistencia más allá de ella. El impuslo teológico surge entonces a mi modo de ver en el instersticio resultante entre la crítica negativa (la desfundamentación de la modernidad) y esa carencia, pero, interpreto, no de ellos directamente ("en torno a la tumba se empieza a hablar de teología" -p.128-)... una suerte de amenaza de nuevas trascendencias que suplan las anteriores (las formas de dominio de la modernidad) a falta de ese nivel creativo. Desde luego el párrafo al que te refieres es pequeño y da pie a interpretarlo de varios modos, pero si no se lee así creo que Hardt y Negri se estarían contradiciendo de alguna manera: es claro que Vattimo viene de Nietzsche, al igual que Foucault o Deleuze a los que coloca en el plano de la altermodernidad (pensadores franceses), sólo que éstos últimos construyen "un dispositivo para la producción de subjetividad" (p. 128). No obstante, como digo, el párrafo es pequeño y ambigüo, porque aun suponiendo que sea así ¿por dónde exáctamente se cuela esta teología, estas nuevas formas de trascendencia? ¿más bien en la hipermodernidad que vuelve a apelar a una razón universal y que, desde esta perspectiva, no consiente la muerte del Hombre? Tu comentario da para discutir largamente. Un saludo y gracias por seguir el blog.